«En el rincón más apartado de la China existe un mandarín más rico que todos los reyes que nos cuentan las historias y las fábulas. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables caudales basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín solamente exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. En ese momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanilla?»
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11 comentarios:
”¿De qué me servían al fin tantos millones sino para brindarme, día tras día, la confirmación desoladora de la vileza del hombre?” -dice el secretario que decide tocar la campanilla en el relato.
Interesante entrada. He aquí el clásico dilema moral del mandarín del que ya antes hablaron Cicerón, Rousseau o Chateaubriand.
¿Estaríamos dispuestos a cometer una mala acción que nos beneficia, con la seguridad de que no va a ser conocida por nadie?.
En este caso, el que yo mate a un mandarín chino implica no una decisión por interés, sino un distanciamiento con implicaciones moralmente relevantes, porque al considerarlo en abstracto olvidamos que también él es una persona, tiene rostro, y es un rostro común (y esto, recordemos, es lo que tanto impresionaba a Jean Améry de sus captores alemanes o lo que más aterrorizó a Hanna Arendt de Eichmann, léase "Eichenman en Jerusalen": "Lo más inquietante de Eichmann es que no era un monstruo, sino un ser humano".)
“...y en estos últimos minutos del juicio es como si Eichmann mismo sacase sus conclusiones del largo tema sobre La Locura Humana a que acababamos de asistir, el resumen de una pavorosa banalidad del mal ante la que las palabras fallan y el pensamiento fracasa“ (Eichmann in Jerusalem)
La interrogante que Hannah Arendt plantea en 1963 atenazó a una generación entera: ¿se puede ser malo porque sí, mecánicamente, por seguir al resto, por beneficio propio? ¿es fácil?
OHHHHHhh qué dilema. Yo no la tocaría, me moriría de miedo y culpa.
Cada día enciuentro más interesante este blog por lo que agradezco que summun me haya visitado y dado la oportunidad de conocerlos.
Un cariño muy grande.
Estoy de acuerdo con lo que dicen x ahi arriba. Al ser una persona sin rostro ni identidad-no la conocemos- y al sernos muy lejana...Ahí está el dilema...
Aunque eso sí, como veas que todo lo ganado te lo va a desgrava Hacienda seguro que se le quitan a más de uno las ganas de tocar la campanilla...XD
Saludos.
Fijáos en lo que le pasó a Peter Pan por tocar la Campanilla xD
Zapatero tocaría la campanilla,haría doblete en la Catedral de San Patricio,y acabariá cual Quasimodo,colgado de las de NotreDam.
Eso si,sonriendo,of course.
Coda:
“Pero el tajo ya está dado; como en la historia china del perfecto verdugo, el decapitado sigue en pie sin saber que apenas estornude su cabeza rodará por el suelo”
(Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos).
Hola!! Yo no tocaría la campanilla, cierto es que quisiera tener muchas cosas, y me imagino todo lo que haría y compraría con todo ese oro, pero de nada me sirve si no tengo al amor de mi vida a mi lado, sin embargo, si al jalar la campanilla me asegurarían que el amor de mi vida estaría a mi lado toda la eternidad y no sólo eso, que me amaría igual que yo, entonces lo pensaría...
Un saludo, muy interesante blog.
Donna, siempre tan oportuna, ha explicitado un dilema para quien se tenga por persona.
Hoy es un lugar común hablar de crisis de valores. Vivimos una profunda quiebra del "ethos"; es decir, nuestra respuesta moral ante los retos de la vida está condicionada por el mismo cuestionamiento del "logos"; es decir, del conjunto de normas morales sobre lo que es bueno o es malo.
Que eso es lo que es el "ethos": la respuesta singular -de cada individuo- a lo mandado observar en el "logos".
Como Niezstche tocó la campana alertándonos de que Dios había muerto; entonces penetró en el corazón de los hombres la idea de que no somos hijos de un Creador (lo que nos confería en el plano ideal una dignidad). Hoy en esta moderna cosmovisión nos hemos convertido más en un objeto.
Yo creo que aquí está la base de esta fascinante reseña que ha hecho Sigurd. Si bajamos el escalón consistente en dejar de ver "en el otro" a un sujeto (siquiera idealmente) y empezamos a contemplarlo como "objeto"; sin duda estamos ante otra dimensión a la hora de relacionarnos los unos con los otros.
La realidad que contemplamos todo los días es una realidad donde en caleidoscopio vemos entrecruzados el espanto y la virtud. Esto es lo que se nos antoja incomprensible.
Termino con una reflexión de un famoso teólogo:
"El principio -cuerpo- y -corporeidad- al que está sometido el hombre, significa dos cosas. Por un lado, el cuerpo separa al hombre de los demás, es impenetrable para los otros. El cuerpo, es una figura espacial y cerrada, hace imposible que uno esté en el otro, marca una línea divisoria, indica la distancia y los límites y nos encierra en la mutua lejanía. Es, por tanto, un principio de disociación. Pero al mismo tiempo, la corporeidad implica necesariamente la historia y la comunidad, ya que si bien el puro espíritu se puede concebir como ser para sí mismo, la corporeidad indica procedencia de otro. El hombre vive de los demás real y pluralmente. Porque si la separación se concibe primero físicamente, para quien es espíritu y como tal está en el cuerpo, el espíritu, es decir, todo el hombre está profundamente marcado por su pertenencia a toda la humanidad, es decir, a -Adán-" (Joseph Ratzinger).
Por eso, mi estimado Sigur, estamos francamente necesitados de conocer a todos los grandes hombres que se empeñan en reducir el espanto (Kemplerer).
Hoy las gentes están espantadas por la noticia de que han sido detenidos una pareja por haber tirado al cubo de la basura a un recién nacido que ha muerto entre el detritus. Un recién nacido que (como el mandarín) es para todos nosotros un desconocido; sin embargo nos sobrecoge la noticia. La paradoja es que lo mismo se está haciendo con los nasciturus en las clínicas abortistas y se ha instalado dicho mal de manera harto banal. ¡Somos sordos a estas campanillas!. Y a otras muchas.
Saludos a todos y en especial a Donna y a Sigurd.
P.D.: Como siempre, Sigurd, abuso de vuestra generosidad extendiéndome demasiado. Pero la entrada me ha invitado a reflexionar.
Al tocar la campanilla asumiríamos el hecho de que nuestra vida acabaría cuando otro tampoco tuviera inconveniente en tocar la campana que nos eliminara a nosotros.
Tocar la campana es firmar nuestra muerte.
Ya que estamos inmersos en esta serie de dilemas morales, añadiré, con el permiso de los autores de este blog, uno más. Se trata del dilema del tranvía y reza de la siguiente manera:
"Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente. Por desgracia, hay una persona atada a esa otra vía. ¿Debería pulsarse el botón?"
La mayoría de las conclusiones extraidas sobre este problema, se inclinan por pensar que no sólo es una acción permitida sino también la mejor opción moral en este caso, siendo la otra no hacer nada.
Un cálculo utilitarista justifica esta decisión.
Sin embargo, si planteamos el mismo dilema de la siguiente manera, podremos comprobar que sacamos conclusiones diferentes diferentes:
"Como antes, un tranvía descontrolado se dirige hacia cinco personas. El sujeto se sitúa en un puente sobre la vía y podría detener el paso del tren lanzando un gran peso delante del mismo. Mientras esto sucede, al lado del sujeto sólo se halla un hombre muy gordo; de este modo, la única manera de parar el tren es empujar al hombre gordo desde el puente hacia la vía, acabando con su vida para salvar otras cinco. ¿Qué debe hacer el sujeto?".
En esto caso, las personas que estaban a favor de empujar al hombre, sacrificarlo, para así salvar más vidas, eran menos.
Esto ha llevado a que se intente encontrar una diferencia moral relevante entre ambos casos.
En el primer caso no hay una intención clara de dañar a nadie —el daño efectuado sobre el individuo de la vía alternativa es un efecto secundario de apartar el camino del tranvía de los otros cinco—. No obstante, en este segundo caso el daño va directamente parejo al intento de salvar los otros cinco.
Thomson argumenta que la diferencia esencial entre el problema inicial del tranvía y la segunda versión radica en que en el primer caso el daño ocurre en paralelo a la acción del sujeto, mientras que en el segundo el sujeto debe realizar una acción directa sobre el hombre gordo para salvar a los demás. Nadie en el primer caso tiene ningún derecho sobre cualquier otra posible víctima a evitar el tranvía, mientras que en el segundo el hombre gordo tiene derecho a no ser lanzado a la vía.
¿Existe una diferencia moral substancial entre llevar el peligro a un invididuo o poner un individuo en el camino del peligro.?
Donna; rotundamente no. Tan inmoral es una acción como la otra. Cualquier hombre es la humanidad entera (Torah). Matar a un hombre es matar también esta humanidad. En el Deuteronomio se nos vuelve a recordar el decálogo y en este se contiene el "No matarás". No podemos elegir; nosotros no podemos ser árbitros de la vida de los demás. No somos dioses.
A veces tenemos que acudir a textos escritos hace más de 2.700 años para que nos señalen algo tan simple, sencillo y elemental como el logos "no matarás". ¡No compliquen lo sencillo!. Es un absoluto: ¡No matarás!.
Ciertamente en la decisión de matar al mandarín juegan un papel fundamental el distanciamiento con el propio mandarín y el asumir que no habrá castigo por esa acción, tal y como señala Donna Angelicata.
Respecto a la perplejidad que nos causa cuando alguien hace "el mal por el mal", un mal en que no vemos beneficio alguno, habría que discutir que entendemos por beneficio. Si asumieramos que el grueso de las acciones que realiza el hombre tienen su base en incentivos (en sentido amplio, económicos, sociales, morales), debieramos asumir que la realización de ese mal si tiene un "beneficio", en el sentido de que existe un incentivo para realizar esa acción. La cuestión radicaría, al menos en parte, en la quiebra del logos que ha mentado Dardo, en la inexistencia del incentivo moral que le lleve a renunciar a realizar el mal.
Ahí nos lleva la relativización de todo, y la entrada del pensamiento en las áreas de la moral obviando esta última (¿qué hace sino Raskolnikov?), en la que el único freno al mal es que éste no nos beneficie (en el sentido amplio del incentivo), o el temor a ser castigados en caso de ser descubiertos o que no nos beneficie lo suficiente como para asumir el riesgo.
La cita de la Torah me parece maravillosa. Pero creo que Donna se refería a las conclusiones que se extrajeron del estudio sobre el dilema del tren, no que ella lo considere la mejor opción moral. De hecho incardina esa moral como fruto del utilitarismo.
Si tocar la campanilla conlleva asumir el puesto del mandarín, tal y como sugiere Hermano Montgolfier, el incentivo sería más que suficiente para no tocarla, salvo para un suicidida o para quien piense que semejante mal sólo lo puede realizar él (un optimista que ve en sí mismo a la excepción de su percepción de mundo).
Gracias a todos por sus comentarios.
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