Extracto del artículo El contagio, de Fernando Savater.
Para mí, que estoy convencido de la superioridad política y hasta ética de España como estado de derecho pluralista pero igualitario frente a la fragmentación asimétrica de los separatismos más o menos explícitos, lo políticamente preocupante no es el nacionalismo de los nacionalistas. Si los nacionalistas piensan como piensan y pretenden por medios legales sacar adelante su proyecto, están en su perfecto derecho. Quienes tenemos ideas opuestas a las suyas haremos lo posible por rebatirles y defender mejores opciones, pero no podemos realmente inquietarnos por sus inequívocos y legítimos planteamientos. No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el pueblo vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea. Los nacionalistas convictos y confesos –con su mensaje nefasto y simplón, “de fuera vendrán y lo tuyo te quitarán”, que les ha dado tan excelente resultado- han dado paso a un fenómeno mimético más amplio, lo que Carlos Gorriarán llama “la regionalitis”. Todo el mundo quiere ser cabeza de ratón y rechazan con desprecio la cola del león…y al león mismo.
Desgraciadamente, el contagio del nacionalismo se extiende por lo visto sin remedio. Cuando el nacionalista Ibarretxe nos asegura muy serio que el futuro político del País Vasco se decidirá sólo en casa y nunca en Madrid ni contando con el resto de España, podemos responderle amablemente: “Que te lo has creído, majo”. Pero…¿qué contestaremos a los socialistas catalanes o a la misma UPN, que quieren tener voz propia –es decir, separada, fraccionaria- en el Congreso de Diputados? ¿Qué le diremos a Gallardón, que aspira a ir al Parlamento nacional para que Madrid, pobre Madrid, tenga también voz propia? ¿Y a la Presidenta Esperanza Aguirre, que nos asegura muerta de risa que en Madrid no se estudiará Educación para la Ciudadanía, aunque sea obligatoria para todo el Estado? Sobre todo, ¿qué les diremos a los niños y adolescentes, a los jóvenes que hoy están siendo educados en la idea estúpida y nociva de que cada diferencia territorial o cultural dentro del país debe ser magnificada, de que el resto del Estado de Derecho al que pertenecen está lleno de enemigos potenciales de su idiosincrasia, de que toda diversidad -¡oh!- es buena y toda unidad -¡ah!- es mala, etc…? Ya es hora de ir buscando una vacuna política y educativa contra esta epidemia que no va a matar a España, no, pero que le va a obligar a vivir siempre enferma para mayor provecho de algunos mangantes.
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1 comentario:
Sigurd; le respondo a través de una entrada en mi blog. ¡Fíjese hasta que punto ha llegado la sinergia con este tema!.
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