Decía Ortega y Gasset (esto de citar a alguien importante siempre da caché a un artículo) algo así como que en España no cabe entender lo que se cuece en horno de la política si no se mira al trasluz de lo que sucede en el albero de las plazas de toros. Es una de esas reflexiones que pueden provocar al lector dos reacciones típicas, la de reconocer la genialidad de la afirmación, o de la espetar con inmediatez que dicha afirmación es una soberana estupidez. Probablemente sendas reacciones contengan parte de razón.
Puesto que no soy asiduo a los toros, he ido una o ninguna vez, carezco de conocimiento suficiente para valorar la máxima del ilustre filósofo, pero la reflexión sobre la relación entre la plaza de toros y la política me da pie para relacionar la política con otro espectáculo: el fútbol.
Uno de las primeras cosas que aprende un niño de sus familiares y allegados es que los políticos son una panda de mentirosos y embusteros que prometen y prometen mientras su poltrona está en juego llenándose la boca con el bien común y el interés general para luego limitarse al bien propio y el interés particular. Siempre me ha causado honda impresión la particular relación entre las promesas incumplidas y las mentiras y el juego político. De la experiencia empírica parece deducirse que el político puede mentir, pero no puede admitirlo.
Un ejemplo sorprendente es el del candidato socialista a la presidencia de Navarra, el señor Puras, que en la precampaña rechazó la posibilidad de optar a la presidencia en caso de ser la tercera fuerza más votada, para, tras las elecciones, imponer como requisito de pacto tanto con UPN como con Na Bai el ostentar la presidencia, a pesar de ser la tercera fuerza más votada. ¿Ha reconocido Don Puras que ha cambiado de opinión?. No, ni mucho menos, ha justificado su decisión porque realmente no es la tercera fuerza política más votada, sino la segunda, puesto que Na Bai es un conglomerado de partidos, y su resultado habría que prorratearlo entre los partidos que la conforman. La justificación no puede ser más peregrina ni más ridícula, pero cumple con la máxima de no reconocer que se ha incumplido una promesa, que se ha estafado a los electores, que se ha mentido, al fin y al cabo.
La misma máxima se cumple en el fútbol. Uno de mis casos preferidos es la compra del excelente defensa Sergio Ramos por parte del Madrid. El presidente merengue había jurado y perjurado que jamás pagaría la clausula de rescisión de un jugador (y se jugaba el honor tras decir que nunca ficharía a Beckham y que no se vendería ni un metro cuadrado de las propiedades inmobiliarias del Real Madrid CF, les dejo unos segundos para que se rían a gusto), y el presidente del Sevilla, equipo del jugador, había hecho lo propio respecto a que nadie se llevaría al jugador emblema de su equipo salvo que depositara en la LFP la cantidad correspondiente a la cláusula de rescisión. El final de la historia ya la conocen, Ramos en el equipo merengue, y es innecesario decir que sendos presidentes señalaron tras la operación que habían mantenido su palabra.
miércoles, 11 de julio de 2007
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