miércoles, 16 de enero de 2008

Sobre los abogados. Historia de una vaca.

Desconozco si conocerán ustedes la obra de Jonathan Swift, Los Viajes de Gulliver. Admito que mis primeras referencias de la obra provenían del éxito que tuvo su capítulo sobre el viaje a Liliput (que conforma la primera de las cuatro partes que tiene el libro) como cuento infantil, y que sólo tras el inicio de la lectura del libro, cuya motivación sino recuerdo mal fue el tenerlo por casa y el haber leído por ahí una cita de Orwell señalando que era uno de los mejores siete libros de la historia (o algo así, que, en todo caso, vendría a decir que era de los libros que más le habían gustado) , percibí la profunda sátira que se escondían tras sus líneas. Como Swift tuviera la lengua tan afilada como su pluma, sin duda no tendría muchas amistades. Resumiendo, que Orwell tenía razón, y el libro es una maravilla, que además auna dentro de lo que formalmente sería el género de libros de viajes toda una serie de géneros que va desde las aventuras, el género fantástico, la mordaz sátira y la novela utópica/distópica.

Como muestra de lo señalado, una muestra de su opinión sobre los abogados (les aseguro, como mínimo, una sonrisa, que puede llegar hasta una sonora carcajada):

"Díjele que entre nosotros existía una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga. «El resto de las gentes son esclavas de esta sociedad. Por ejemplo: si mi vecino quiere mi vaca, asalaria un abogado que pruebe que debe quitarme la vaca. Entonces yo tengo que asalariar otro para que defienda mi derecho, pues va contra todas las reglas de la ley que se permita a nadie hablar por si mismo. Ahora bien; en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, tengo dos desventajas.
La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde su cuna en defender la falsedad, cuando quiere abogar por la justicia -oficio que no le es natural- lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe.
La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y le aborrecerán sus colegas, como a quien degrada el ejercicio de la ley. No tengo, pues, sino dos medios para defender mi vaca. El primero es ganarme al abogado de mi adversario con un estipendio doble, que le haga traicionar a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo procedimiento es que mi abogado dé a mi causa tanta apariencia de injusticia como le sea posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi adversario; y esto, si se hace diestramente, conquistará sin duda, el favor del tribunal.
Ahora debe saber su señoría que estos jueces son las personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para entender en todas las acusaciones contra criminales, y que se los saca de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y de la equidad, es para ellos tan necesario favorecer el fraude, el perjurio y la vejación, que yo he sabido de varios que prefirieron rechazar un pingüe soborno de la parte a que asistía la justicia a injuriar a la Facultad haciendo cosa impropia de la naturaleza de su oficio.

Es máxima entre estos abogados que cualquier cosa que se haya hecho ya antes puede volver a hacerse legalmente, y, por lo tanto, tienen cuidado especial en guardar memoria de todas las determinaciones anteriormente tomadas contra la justicia común y contra la razón corriente de la Humanidad. Las exhiben, bajo el nombre de precedentes, como autoridades para justificar las opiniones más inicuas, y los jueces no dejan nunca de fallar de conformidad con ellas.

Cuando defienden una causa evitan diligentemente todo lo que sea entrar en los fundamentos de ella; pero se detienen, alborotadores, violentos y fatigosos, sobre todas las circunstancias que no hacen al caso. En el antes mencionado, por ejemplo, no procurarán nunca averiguar qué derechos o títulos tiene mi adversario sobre mi vaca; pero discutirán si dicha vaca es colorada o negra, si tiene los cuernos largos o cortos, si el campo donde la llevo a pastar es redondo o cuadrado, si se la ordeña dentro o fuera de casa, a qué enfermedades está sujeta y otros puntos análogos. Después de lo cual consultarán precedentes, aplazarán la causa una vez y otra, y a los diez, o los veinte, o los treinta años, se llegará a la conclusión.

Asimismo debe consignarse que esta sociedad tiene una jerigonza y jerga particular para su uso, que ninguno de los demás mortales puede entender, y en la cual están escritas todas las leyes, que los abogados se cuidan muy especialmente de multiplicar. Con lo que han conseguido confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, de tal modo que se tardará treinta años en decidir si el campo que me han dejado mis antecesores de seis generaciones me pertenece a mí o pertenece a un extraño que está a trescientas millas de distancia."


Jonathan Swift. Los Viajes de Gulliver. Parte IV.


Postdata: Si no quieren acabar deseando que Al Gore tenga razón y nos extingamos como especie, no lean la Parte IV del libro.

3 comentarios:

Butzer dijo...

La abogacía es una de esas profesiones más criticadas desde su existencia. Y desde luego, una crítica a destacar por lo que veo es esta.

Persio dijo...

¿Hablaba de los abogados o de algunos políticos?

Por otro lado, no he leído el libro nunca.
¿Me quedo con la intriga de la cuarta parte o me acerco a la biblioteca?

Dardo dijo...

Estimado Sigurd. ¡Qué bueno!. Leyéndolo me he acordado de los sofistas y de su crítica. La hipérbole de J.Swift es un grito frente al cinismo. Pero aquéllos acusados de tales, hijos de los presocráticos, presentaban una objeción a las "verdades míticas".